Confinamiento/30. Julio Anguita

Julio Anguita. Foto El Periódico

Por Javier ARISTU

La emotividad y el sentimiento surgen espontáneamente cuando una persona cercana se marcha de este mundo. La partida de Julio Anguita desencadenará, sin duda, oleadas de emoción entre aquellos que formaron parte de su proyecto, de una manera u otra, e incluso entre personas de buena fe que nunca le votaron. La naturaleza humana es así: te añoran cuando te vas y te desconocen mientras vives. No es, sin duda, este el caso de Anguita, persona que siempre ha dejado estela entre los que le conocieron.

Dejé de tener relación con él allá por principios de los años noventa del pasado siglo. Nuestros caminos, vitales y políticos, se separaron a partir de la III Asamblea de Izquierda Unida, cuando él asumió el liderazgo de aquella nueva formación que pretendía ser unitaria, y lo hizo desde un PCE cada vez más reducido a un grupo de jóvenes airados. A partir de 1988, cuando es elegido máximo dirigente del PCE, se inicia el periodo Anguita de la izquierda alternativa española, un periodo que será examinado en el futuro desde la mirada del historiador pero que ya podemos decir que marca una ruptura paradigmática con el partido creado en la clandestinidad de los centros de trabajo y las universidades durante el periodo de los años sesenta y setenta, en pleno franquismo. Entre el partido formado en torno al proyecto de pacto por la libertad, comisiones obreras y alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura, y el otro nucleado en torno a las dos orillas o la identidad de la izquierda hay un abismo. Son dos modelos políticos y dos proyectos nacionales muy diferentes. Y en medio de ambos está la profunda sima que se abrió entre dos maneras de entender la situación y la aspiración de una izquierda europea en medio de una crisis de ideas, de proyecto y de militancia. Unos entendimos la caída del muro de 1989 como la constatación del derrumbe del proyecto emancipador de 1917 (ya nos lo había advertido Berlinguer en 1981) y otros nunca dejaron de pensar en un hilo rojo que, de forma continua, seguía alimentando de igual manera las ilusiones de cambio. Anguita, incansable y persona de fidelidades, siguió apostando por dar oxígeno a la utopía comunista, aunque ello supusiera romper con quien hubiera que romper y seguir convirtiendo al proyecto socialdemócrata en adversario, no en compañero de viaje.

Los momentos más intensos de mi conexión con Anguita se sitúan entre 1984 y 1987. En ese corto periodo pude observar muy de cerca cómo era el personaje público –creo que nunca llegué a conocer exactamente a la persona– y cómo proyectaba su figura. Fueron los años de gestación y formación de aquello que vino en llamarse Convocatoria por Andalucía y luego Izquierda Unida de Andalucía, experiencia en la que algo tuvimos que ver. Trabajamos juntos en aquel proyecto que significaba un intento de renovar la izquierda andaluza de la Transición hacia otro modelo de actividad política. Convocatoria no fue el gran elixir que algunos pensaron ni la revolución ideológica de la izquierda andaluza. Fue un adecuado camino de salida de la crisis que la victoria aplastante del PSOE en 1982 había provocado en el área del PCE. Luego derivó en lo que derivó, aunque no es momento ahora de analizarlo. Que algunos dirigentes de este nuevo proyecto de izquierda, que deambula entre Podemos, la vieja IU y las nuevas redes, trate de recuperar aquella Convocatoria como un modelo de acción política en esta segunda década del siglo XXI indica el nivel de reflexión de esta izquierda algo esquizofrénica entre el gobierno y la lucha.

Con Anguita desaparece el aliento inspirador de esta izquierda alternativa que se aglutinó en torno a Podemos a partir de 2014. No es extraño, dado que el remanente equipo de dirección de esa formación, reunido alrededor de Pablo Iglesias, procede de aquellos jóvenes del PCE que comenzaron a llegar a ese partido en la década de los años 90 y a los que Anguita dio cobijo y alimento. No nos debe causar sorpresa, por tanto, las muestras de condolencia y dolor de estas personas tan ligadas al proyecto político de Julio Anguita. Con la muerte de Julio se va seguramente el último mohicano de un proyecto que seguramente no tenía futuro. Pero como siempre ha sido en nuestras lindes, la partida del último de la tribu provoca en los que quedamos de otras tribus una sensación de tristeza y duelo que nos hace solidarios, a pesar de ser diferentes.