House of cards

Cuatro en sombra. Foto de Daniel Lobo en Flickr

Por Francisco FLORES TRISTÁN

El panorama de nuestras calles estos últimos días, con las manifestaciones-caceroladas perfectamente orquestadas cada día en un punto de la ciudad, recuerda vagamente al Chile previo al golpe de Pinochet o a la España anterior al golpe del 36. El contexto por supuesto es muy distinto afortunadamente y dudo que haya ningún peligro de golpe de estado pero sí hay semejanza en los objetivos, forzar la caída de un Gobierno legítimo sin esperar a la normal finalización de la Legislatura.

En este contexto el episodio del pacto del PSOE y UUPP con Bildu y las posteriores disonancias han suministrado un arsenal impagable a los promotores de las caceroladas, PP y Vox. Es cierto, como hemos leído en estas páginas a Javier Aristu y a Joan Coscubiela, que ha sido el vértigo (pánico, diría yo) a ver rechazada la prórroga del estado de alarma lo que llevó a los partidos de Gobierno a ese pacto. Así lo han tratado de justificar a posteriori portavoces del PSOE y el mismo Presidente del Gobierno. Pero el remedio ha sido peor que la enfermedad porque, a cambio tan solo de una abstención (ni siquiera un apoyo a la prórroga de la alarma) ha dado unas bazas a la postre innecesarias a Bildu en vísperas de unas elecciones vascas y en detrimento tanto de las propias fuerzas que componen el Gobierno, o sus homólogas vascas, PSE y Elkarrekin Podemos, como del PNV socio habitual hasta ahora del Gobierno. Y todo ello además teniendo en cuenta que esto ocurre pocos días después que hayan rociado de pintura la casa de la dirigente máxima del Socialismo vasco Idoia Mendía, tildándola de “criminal y asesina” sin que Bildu se avenga a condenar los hechos aunque manifieste su desacuerdo. Parece lógico que esto pueda haber producido cierta desmoralización entre militantes socialistas y desconfianza por parte del PNV, puesta de manifiesto por el lehendakari Urkullu en la reunión de Presidentes de CCAA .

Pero lo peor de todo han sido las formas, que podríamos calificar perfectamente de trapaceras, y las disonancias que han acompañado al pacto. Este acuerdo se quiso mantener secreto hasta después de la votación el miércoles 20 de la prórroga del estado de alarma no sea que el PNV o Cs se arrepintieran de su voto al conocerlo. De hecho se hizo público después de la votación. Pero no pasaron más de 4 horas después del anuncio del acuerdo cuando la indignación de empresarios y en menor medida de los Sindicatos y sobre todo de miembros cualificados del Gobierno que no conocían el mismo obligaron a la portavoz Montero a matizar y en definitiva negar que la “totalidad de la reforma laboral” se vaya a derogar en un plazo tan corto como el que duren las medidas excepcionales de alarma. Ya es significativo de cómo se están llevando las cosas que ministras directamente afectadas, como las de Economía y Trabajo,  así como los agentes sociales desconocieran este acuerdo que les afecta tan gravemente. Esta forma de actuar mina la credibilidad del Gobierno en futuras negociaciones.  ¿Cómo va asegurar el Gobierno a sus socios en el futuro que no va a haber sorpresas inesperadas e indeseables?

Las cosas aún empeoraron algo más cuando al día siguiente el Vicepresidente Iglesias contradijo a la portavoz y afirmó que el pacto hay que cumplirlo. Y las disonancias siguieron y aún no han terminado. Ávalos contradice a Iglesias, Echenique contradice a Ávalos… Es bastante triste observar  que cuando el Gobierno está acosado por las manifestaciones de la extrema derecha la imagen que ofrezca incluso ante sus mismos partidarios es la de  una “jaula de grillos”. Una vez más el sectarismo de partido, el deseo de visualizar la diferencia pesa más que la ineludible necesidad de unir fuerzas para hacer frente a la terrible crisis que atravesamos y a los que quieren aprovecharse de ella para provocar una involución.

La crisis sanitaria producida por la pandemia está afortunadamente remitiendo pero detrás viene, se está manifestando ya, la probablemente peor crisis económica desde la guerra civil con niveles de paro probablemente superiores a la crisis del 2010. Si este Gobierno no es capaz de revertir la crisis, de que se recupere la economía española en lo que queda de legislatura, se habrán arruinado las perspectivas de la izquierda de un cambio progresista durante bastante tiempo. Los partidos del Gobierno, o algunos de sus dirigentes, no parecen ser conscientes de lo que se juegan los trabajadores y la población en general de este país. Da a veces la impresión que para algunos de estos dirigentes no ha ocurrido nada desde principios de marzo. No parecen darse cuenta de que el programa anterior a la crisis, los objetivos entonces planteados tienen que subordinarse al objetivo principal que no puede ser otro que levantar al país del desplome económico acarreado por la pandemia. Dicho de otra manera, hay objetivos muy razonables, con los que se puede estar de acuerdo pero que en este contexto de postración económica no se pueden aplicar porque serían contraproducentes. Desde Marx para acá sabemos que es fundamental tener en cuenta las “condiciones objetivas”; obviarlas es puro voluntarismo, estrellar la cabeza contra el muro. Además para salir de la crisis se necesitan de todos los esfuerzos posibles. Si no es posible contar con el PP y con Vox y con los nacionalistas más intransigentes habrá que intentarlo con los nacionalistas moderados y con Ciudadanos y sobre todo hay que implicar a sindicatos y empresarios.

Para afrontar esta tarea se necesita un Gobierno sólido, que proyecte una imagen de unidad, que no parezca “un pollo sin cabeza” dando tumbos aquí y allá. Algún periódico ha opinado que una metedura de pata de este calibre no se puede saldar sin depurar responsabilidades. Creo que esto no va a ser posible porque la principal responsabilidad de lo ocurrido corresponde al Presidente del Gobierno en primer lugar y al Vicepresidente segundo en segundo lugar, es decir los dos máximos líderes de los dos partidos que forman la coalición de Gobierno. No parece razonable cambiar de generales en mitad de la batalla. Pero algo sí pueden hacer. Las grandes decisiones políticas no se pueden seguir tomando en un cenáculo formado por los íntimos de los dos dirigentes máximos. Los ministros del Gobierno están para algo, los órganos de dirección de los Partidos están para algo, los dirigentes regionales de los mismos están también para algo. Para algo más que ser figuras administrativas que se limitan a aplicar la consigna venida de arriba. Los partidos, o los Sindicatos,  no pueden ser meras correas de trasmisión  de arriba abajo. La corriente tiene que funcionar también de abajo arriba. Las organizaciones cumplen un papel insustituible en conectar a los dirigentes con la realidad, con la situación de la calle. Lo otro, la política de cenáculos tan influida por la política norteamericana, tipo “house of cards”, donde las decisiones las toman el Presidente y sus asesores,  puede parecer eficaz pero es frecuente que desconecte con la realidad y lleve a cometer las meteduras de pata como la que da origen a este comentario.