Reflexiones encadenadas en relación al 22-M

Carlos ARENAS POSADAS

 Javier Aristu nos ha ofrecido casi en tiempo real una primera impresión política de los resultados de las elecciones andaluzas del 22 de marzo. Sustancialmente de acuerdo con su descripción, mi intención aquí es visitar otros terrenos no tratados por él para añadir otras perspectivas que sirvan para ir completando el cuadro.

La abstención.

El 36% de los votantes andaluces no ha votado –9 puntos más que en las elecciones autonómicas de 2008- y casi el 3% por ciento lo ha hecho en blanco o nulo; quiere decir que el partido de los que “pasan” de votar o no encuentran una opción partidaria que les satisfaga sería el gran triunfador de la noche electoral. Ya sabemos que  muchos no han acudido a las urnas por impedimentos físicos –habría que ver qué porcentaje de jóvenes emigrantes se ha molestado en mandar la papeleta por correo-, pero no estaría de más averiguar también qué grupos de edad, qué sectores sociales y qué barrios o núcleos de población son las que menos confían en el parlamento como solución a sus problemas. Los datos deberían hacer reflexionar especialmente a Podemos, cuyo objetivo era  conectar con la “gente” sin voz dentro del sistema.

Las tribulaciones de la derecha.

Si  no se explican todavía dentro del PP cómo se puede pasar de rozar la mayoría absoluta en 2012 al descalabro en 2015 es porque no entienden nada. Aquel triunfo fue un espejismo, la consecuencia de los bruscos vaivenes electorales que suelen producirse en tiempos de profundas crisis económicas y sociales; fue el castigo de buena parte del electorado a un Zapatero al que se culpaba toscamente de desencadenar él solito una crisis a escala global. El tiempo transcurrido desde el 2012 ha hecho ver a aquellos indignados que el remedio ha sido peor que la enfermedad, dividiéndolos entre quienes deambulan su indignación entre nuevas opciones políticas.

La corrupción no deja secuela en las urnas.

Que la corrupción es una pandemia en la sociedad andaluza es conocido de todos; y sin embargo, con sus 47 escaños, el PSOE resiste el aluvión de críticas por el caso de los EREs fraudulentos, de las subvenciones a cursos de formación que no forman y a empleadores que no emplean. La razón por la que la corrupción no resta votos es porque, aunque pandémica, es una corrupción liliputiense en relación con las ingentes cantidades que defraudan, se rescatan o se transfieren legalmente al amparo del BOE, grandes corruptos individuales en torno al PP o a CIU como Rato, Blesa, Bárcenas, Matas, Pujol y tantos otros. Comparados con estos tiburones, los políticos andaluces implicados en estos escándalos son apenas unos robagallinas; da la sensación de que la gente los ve como a aquellos bandoleros de Sierra Morena que robaban al rico (ahora al Estado) para dárselo al pobre (clientes políticos). No trato con ello de exculparlos sino solo de explicar por qué la pandemia no deja secuelas políticas.

La memoria histórica.

Se dice que el PSOE como CIU en Cataluña o el PNV en el País Vasco es el partido identitario de los andaluces. La fidelidad de estos al partido-régimen ha sido proverbial en estas tres últimas décadas. Sin embargo, salvo el uso de enseñas blanquiverdes en los despachos oficiales y los homenajes anuales a Blas Infante, nada o muy poco tiene que ver el PSOE con un partido nacionalista ni con el ideario del padre de patria andaluza. Tradicionalmente, el hambre, el miedo y el desprecio han sido los sentimientos que más ha experimentado la inmensa mayor parte de los andaluces a lo largo de su historia; esos son los elementos constitutivos de su identidad.  En las últimas décadas, sin cambiar las bases institucionales del capitalismo andaluz, el PSOE ha  gestionado el indudable progreso material para sacar a los más vulnerables de la indigencia; por eso se le ha premiado.  Después de la crisis los recursos públicos han menguado, a pesar de lo cual el PSOE-A se sigue presentando como el partido de la resistencia a los recortes, sin que sea capaz de cambiar los mimbres de ese capitalismo para acercar el progreso y el bienestar de los andaluces a los estándares de las regiones más ricas del país. De momento, parece que el votante medio no se lo requiere; la memoria de la miseria sigue tan arraigada que, piensan muchos, más vale patrón conocido que aventura por correr.

¡Que vienen los catalanes!

Toda la vida representando de forma monolítica a la derecha para que ahora llegue un Albert cualquiera y le robe al PP tres centenares de miles de votos y 9 escaños. A la espera de verlos operar, la irrupción de Ciudadanos es un soplo de aire fresco a las herrumbrosas huestes de la derecha andaluza. A los catalanes se les puede reprochar que se crean que todo lo que tienen se lo deben a sí mismos, que son el pueblo elegido; pero esto al margen, poseen muchas virtudes dignas de ser imitadas. Que Ciudadanos sea la ventana por donde penetren el emprendimiento, el laicismo, el sentido de comunidad, bienvenido sea. Se le nota sin embargo a Rivera el alma de botiguer cuando se propone enseñarnos a pescar al tiempo que defiende medidas de adelgazamiento de la función pública andaluza, engordada artificialmente por dobles y triples administraciones. Pero dicho esto, no está mal que Rivera y los suyos pesquen también en las aguas de unas clases medias urbanas afectadas por la crisis  que necesitan liberarse de su tradicional dependencia de las rancias oligarquías andaluzas y españolas.

¿Podremos?

El tsunami Podemos se ha transformado al final en una simple marejada. A mi juicio, son varias las razones por la que el nuevo partido no ha alcanzado las cotas por ellos esperada. Una de ellas es el desenganche final de una parte de los indignados de clase media que han encontrado en Ciudadanos una alternativa más acorde a sus valores y estatus social. Otra más relevante es que Podemos ha recibido la herencia de tener que cargar con el miedo de una parte de la población al cambio; el miedo inculcado entre la población a estos nuevos “comunistas” ha contribuido a que el PSOE haya aguantado mal que bien en las urnas. De nuevo decir que una parte de la población ha preferido reiterar la fidelidad al patrón que afrontar más incertidumbres a las que ya se soportan. Pero no todas son razones exógenas las que han privado a Podemos de sacar un mejor resultado; han influido razones endógenas derivadas de su bisoñez, tal vez, pero también a mi juicio de errores de bulto. El primero es un cierto halo milenarista que entusiasma a los iniciados pero no basta para obtener mayorías que permitan cambiar las cosas. Una segunda impresión personal es que su campaña  ha estado demasiado sesgada hacia los asuntos que en los últimos años han ocupado su activismo social: los desahucios, las bolsas de marginación social, la pobreza energética, etc. Sin embargo, la “gente” está más segmentada cultural y socialmente de lo que parece, de manera que para ganar elecciones se necesita hacer diagnósticos acertados y no quedarse solo en la descripción de los daños colaterales por muy dolorosos que sean; y en base a tales diagnósticos,  proponer medidas corto, medio y largo plazo que transformen radicalmente la mediocre realidad andaluza en beneficio de toda la gente. Por supuesto, no traerá más que beneficios que los parlamentarios de Podemos cumplan su promesa de ejercer la función de control y vigilancia sobre un sistema económico y político  que funciona muy apegado al clientelismo y a la corruptela pandémica.

Izquierda Unida ha ganado cinco escaños.

Visto desde el lado amable de los resultados, Izquierda Unida no ha perdido siete escaños –recordad que al principio hubo encuestas que la ponían fuera del parlamento- sino que ha ganado cinco, los que Maíllo se ha ganado en una campaña en la que se ha batido el cobre casi en solitario. La irrupción de Podemos, la presencia en un gobierno de coalición con el PSOE donde ha desempeñado honradamente tareas periféricas sin ser capaz de cambiar desde dentro nada sustancial, han pesado en su contra. Se dice ahora que fue un error entrar a formar parte del gobierno andaluz. No lo creo;  el error fue haber aguantado tanto tiempo dentro del mismo cuando era ya más que evidente que el PSOE no iba a cumplir la parte del pacto de gobierno que empezaba a rascar la estructura del sistema. Divididos entre quienes se mostraban leales al gobierno y quienes estaban por la denuncia de la farsa –muchos de estos  pasaban en masa a Podemos-, el error estuvo en anunciar la previsible ruptura con seis meses de antelación, tiempo suficiente para que la presidenta tomara la iniciativa y la oportunidad mediática de echarlos de la noche a la mañana. Ahora toca recomponer las naves que hayan podido quedar después del naufragio y, si están operativas, dedicarse a consolidar y ganar municipios, a defender la candidatura de Garzón en las generales y a desarrollar desde el parlamento andaluz la labor de diagnóstico  que se requiere.

Y la ganadora es…

La señora Díaz se anuncia como la gran vencedora de la contienda. Puro marketing. Conviene recordar que el PSOE ha perdido casi ciento veinte mil votos, que ha ganado con el 35% de los sufragios, cuatro puntos menos que Griñán en 2012 con una participación mayor, que tiene siete escaños más de los que les correspondería en sistema proporcional de distribución de escaños. Si lo que pretendía era estabilidad, la señora Díaz, gobernando en solitario, lo tiene difícil ante un parlamento francamente hostil. Por mucho que las políticas macroeconómicas de la Junta sigan sin asustar a los grandes propietarios, empresas y fortunas –recuérdese que Andalucía, solo por delante de Ceuta y Melilla,  es la región con mayor desigualdad de España-, no parece que Moreno y los suyos apoyen de buen grado el nuevo gobierno. Antes, Díaz contaba con doce votos de izquierda a favor; ahora va a tener veinte votos de izquierda en contra. Por otra parte, Díaz ha perdido la batalla por Madrid; en la campaña electoral se le han notado demasiado sus carencias intelectuales para aspirar a la Moncloa. Su mentor, Felipe González, ya ha hablado: Susana se queda en Andalucía.  Se queda en Andalucía para seguir practicando –y más ahora con las  nuevas estrategias de la Unión Europea- políticas de “subdesarrollo racional” que posibiliten seguir repartiendo rentas entre los amiguetes. Como diría Miguel Ángel Aguilar: atentos.