Confinamiento/29. Campo de minas

Desinfectando Querétaro. Foto Flickr Carl Campbell
Spain is different? ¿Es España diferente? Aplicar este eslogan que impulsó Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo durante una parte de los años sesenta, a la situación actual me parece inexacto. Ni somos tan diferentes a otras sociedades europeas ni en esta pandemia hemos actuado de modo distinto a otros países de la Unión europea. Solo basta con observar los gráficos, calendarios, medidas y protocolos de media docena de países (Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Portugal) para comprobar que estamos en el núcleo duro de países con más mortandad y en el núcleo duro de países con respuestas más severas. Recomiendo la lectura del interesante informe que ha realizado el ingeniero agrónomo Joan Corominas, antiguo director de la Agencia Andaluza del Agua y que está publicado en la web de los Diálogos Andalucía Cataluña. Es un trabajo espléndido y que muchos responsables políticos y sociales deberían leer para comprender de qué se está hablando.

Sin embargo, donde sí parece que somos diferentes es en el territorio de la política, del discurso político. España, la escena política española, a diferencia de la mayoría de los países europeos, ha entrado en una senda que no augura buenos resultados. El comportamiento del PP y de su líder Pablo Casado está haciendo imposible la consecución de un gran acuerdo nacional para responder de forma coordinada y solidaria a la amenaza. Las repercusiones que esa estrategia popular está teniendo en el terreno de las relaciones Gobierno del estado y Autonomías son decepcionantes. Y no parece que conforme vaya aliviándose la presión sanitaria y aumente la económica y social vaya el PP a reorientar su disposición a subordinar los intereses electorales a los de salida de la crisis.

La crisis sanitaria parece ser que la estamos superando aunque no sabemos cuándo ni cómo vendrá una segunda oleada. Lo que no tenemos ni idea en estos momentos es cómo va a impactar la consecuente crisis económica y social. Y este es el problema que tenemos por delante: la crisis que se está ya configurando como una histórica recesión va a ser poderosa, larga y compleja. Hay que empezar a transmitir a los ciudadanos que esto va para largo, que acabamos de entrar en un túnel –una vez más- del que todavía no se ve la salida. Los datos que circulan por todo el mundo indican que va a ser una crisis mundial, que va a afectar tanto a la oferta como a la demanda, que va a trastocar multitud de lo que viene en llamarse cadenas de valor, va a provocar el cierre, reestructuración y reconversión de miles de empresas en el mundo, echará al paro a millones de trabajadores, unos con subsidios y otros lamentablemente sin ningún tipo de ayuda, y afectará a la propia supervivencia de millones de personas carentes de ingresos para comer. No me parece que se me llame catastrofista si digo que entramos en un verdadero estado de alarma económica y social. Y con un temible problema de gestión de esta crisis: el paradigma neoliberal no es capaz de dar respuesta ni tiene capacidad de gestionar esta crisis con sus modelos teóricos, pero el modelo de la izquierda social está todavía por desarrollarse, por experimentarse, dado que no ha podido desplegarse en los últimos años en ningún lugar o porque realmente no tenía aparato ni caudal teórico maduro para ello. Estamos por tanto en una crisis de hegemonía de modelos diversos de acción económica y social.

Por eso parece una osadía esas actitudes que quieren acelerar como sea la reentrada de la economía, abrir los negocios como sea, poner a volar a los aviones, abrir los corteinglés de cualquier manera. Y uno se pregunta: ¿quién a volar a Cancún o a Vietnam de vacaciones? ¿Quién va a entrar en el gran almacén a comprarse bañadores o sillitas de playa? ¿Cuántos de nosotros visitará el gran hotel de la Costa del Sol con 500 habitaciones? Es evidente que la bajada de la demanda social de consumo, provocada por el miedo colectivo, el horror a la infección y la muerte, es la que, además de sus propias dinámicas recesivas, hace descender la posibilidad de que funcione adecuadamente una oferta.

Entramos en un territorio desconocido, es un auténtico campo de minas, donde poner el pie en un sitio te puede suponer el estallido de la bomba. Habrá que entrar en él, es evidente y necesario, pero lo tendremos que hacer de forma cuidadosa, con los mejores dispositivos de seguridad, acompañándonos de instrumentos de detección, programando los descansos para no cometer errores y pisemos una mina por descuido, colaborando unos con otros, avisándonos del peligro, confiando en quien coordina y construyendo entre todos un clima de serenidad y confianza que nos permita salir de ese campo minado sin costes de vidas humanas y con todo el personal al completo.

En todos los países está de actualidad la discusión sobre si relanzar ya la actividad económica autorizando a todos a hacer lo que veníamos haciendo hasta primeros de marzo. El twit del vicepresidente de la Comunidad de Madrid es la expresión más chusca y basta de ese debate; en otros lugares la altura intelectual es superior. Pero, por lo que yo he leído, una buena mayoría de analistas, economistas, filósofos, sociólogos, políticos, sindicalistas, empresarios…y políticos creen que lo primero es salvar y proteger la vida humana y luego la economía. Un acreditado comentarista de la economía como es el periodista del Financial Times Martin Wolf lo explica muy bien refiriéndose al Reino Unido, paradigma de la política neoliberal actual: «El Reino Unido está solo al final del principio. Tampoco fue bueno el comienzo. Parece una simpleza imaginar que el país volverá rápidamente a la vida como lo era antes de Covid-19. Las cosas seguirán siendo diferentes» (Financial Times, 7 de mayo).

Es una cuestión elemental: la economía la podrás recuperar más pronto o más tarde pero una vida perdida es irrecuperable.