Callejero perdido

Detalle de azulejos de la planta 6ª en la sede del PCF, parís. Foto: Damien Roué

Por Javier ARISTU

 ¿How many years can a mountain exist before it’s washed to the sea?

[¿Cuántos años puede una montaña existir antes de que sea bañada por el mar?]

Bob Dylan, Blowin’ in the wind

 

Nos habla Rossana Rossanda, en sus memorias tituladas La muchacha del siglo pasado, de aquellos años en que, formando parte de la dirección del PCI, trabajaba desde la mañana hasta la noche en la sede central del hoy desaparecido partido comunista italiano, en la mítica calle de Botteghe oscure, en Roma. Planta 5º. Cuenta cómo se encontraba en el ascensor con aquellos también míticos dirigentes italianos que, provenientes de la preguerra mundial, del exilio y de la resistencia al fascismo, habían constituido aquel formidable partido de masas de izquierda. Cuenta cómo para conseguir hablar con el incontestado Togliatti, el secretario general, se colaba en su despacho muy de mañana para consultarle cualquier asunto. Dirigía Rossanda —década del sesenta del siglo pasado— la política cultural del PCI. Luego, ya se sabe, fue una de las herejes. Desde aquel edificio clásico romano se coordinaba y se decidía sobre los contenidos y líneas de las revistas y periódicos que controlaba entonces el partido: Rinascita, Critica marxista, Paese sera. Desde aquel vetusto edificio se marcaba el paso de lo que iba a ocurrir en las calles (casi siempre pero no siempre, como se demostró a partir de 1968). Aquel partido decidía el curso de la izquierda italiana.

Muy cerca estaba el otro, quizás el verdadero poder de la península italiana: Piazza del Gesú, sede de la Democracia Cristiana italiana. Allí estaban los De Gasperi, Moro, Fanfani, Andreotti… y tantos más que conformaron la poderosa y sibilina guardia directiva de la política italiana durante más de treinta años. Desde aquellos despachos se montó la estructura de redes clientelares y dependencias sociales y culturales que dio sentido a una forma de entender la política como permanencia en el poder, por encima de todo. Otras calles y plazas fueron también famosas en ese pasado que se nos va de las manos: Place du Colonel-Fabien en París (sede del PCF) ya no es lo que era aunque el famoso edificio construido por Oscar Niemeyer sigue ahí, con militantes trabajando en su interior que todavía piensan en la revolución. ¿O a lo mejor no? La calle Peligros, y luego la Santísima Trinidad, fueron las primeras sedes institucionales del semiclandestino y luego legalizado PC español en Madrid. Hoy es mínimo lo que queda de aquella organización.

Todo se ha ido esfumando a lo largo de dos décadas: Bothegue oscure y Piazza del Gesú han desaparecido del imaginario ciudadano italiano. Ya no dicen nada. Los partidos que allí se alojaron han desaparecido. Los militantes de Colonel Fabien unas veces van con el Front de Gauche y otras pactan con los socialistas de Hollande. Izquierda Unida, la continuadora del PCE, ya sin calle ni plaza a donde ir sus militantes, desde la sede del Olimpo, anda debatiéndose en cómo proseguir la andadura. Otras sedes de partido siguen intentando marcar el ritmo de la vida ciudadana: el SPD alemán, desde la Willy-Brandt-Haus, en la Streseman Strasse de Berlín; el PS francés, en rue de Solferino; el PSOE, en Ferraz de Madrid o San Vicente de Sevilla; el PP desde la calle Génova; Convergència Democratica de Cataluña desde Córcega 331-333, en Barcelona… y tantas otras con mayor o menor fortuna. Podemos concluir esta breve relación con una constatación: en estos años los partidos ya no influyen como antes, ya no mandan lo que quisieran, han perdido, además de sedes y militantes, su carácter de intermediarios legitimados entre la sociedad y las instituciones.

Hoy día, los puntos de referencia y las palancas de influencia están pasando a otras instancias, a otros instrumentos de mediación social. Cada vez son más y más los centros de elaboración y difusión de proyectos alternativos, sean estos sociales o directamente políticos. Gabinetes de sondeos, plataformas de pensamiento (think tanks), centros de asesoramiento (coaching), blogs de opinión con miles de suscriptores… además de los más activistas en comités de barrios, círculos de asociaciones, iniciativas de comunicación y sectoriales. Una diversa, tupida y difusa red de iniciativas que están sustituyendo de forma acelerada al trabajo cultural, social y teórico que antes habían desarrollado las estructuras de partido. Se están llevando por delante incluso a los tradicionales medios de comunicación. Los ejemplos recientes de Podemos, de las redes tejidas en torno al Volem decidir en Cataluña, los GuanyemGanemos en diversas ciudades son ejemplos señeros de lo que estoy diciendo. ¿Estamos asistiendo al fin de los partidos como formas de participación democrática? ¿Es el final de la democracia representativa de partidos? No podemos adelantar ni sentar conclusiones precipitadas pero es evidente que sí estamos asistiendo a un renacimiento de la vida civil, en forma espasmódica, titubeante, con calambres y relámpagos participativos que nos hacen pensar, al menos, en la subordinación de los partidos al latido de la calle. Puede que esa calle se lleve por delante a las sedes desde cuyos despachos los dirigentes observan.

Antes los partidos construían el mundo imaginario de nuestras ilusiones; hoy están fuera de él.