Democracia en directo

Foto: Parlamento Europeo

Por Javier ARISTU

Mi colega y amigo Paco Rodríguez de Lecea me cita en su interesante blog a propósito de una pesquisa de internauta que ha realizado, en busca de luz ante el marasmo que está ocurriendo, y yo le contesto hoy de esta manera, trasladando algunas de las opiniones de Nadia Urbinati, destacada politóloga italo-americana, acerca de la crisis de la democracia representativa y de su soporte de partidos. Se trata de un capítulo titulado “De los partidos a las audiencias” de su libro “Democracia in diretta. Le nuove sfide alla rappresentanza (ed. Feltrinelli) y que, si el tiempo nos acompaña, traduciremos en breve y lo publicaremos en este blog. Mientras, adelanto algunas ideas de esta autora.

Pero, antes, situemos el problema.

De unos años acá se vienen produciendo a lo largo de toda Europa una serie de fenómenos políticos y electorales que deben motivarnos una reflexión de calado, más allá de las propias jornadas electorales. Recuerdo algunos: la experiencia de ascenso y mantenimiento en el poder de Berlusconi, un hombre de negocios, no un político profesional, que de la nada “inventa” un partido (Forza Italia) y arrasa desde las primeras elecciones constituyendo todo un ciclo de veinte años en la política italiana; la experiencia de Islandia y sus prácticas referendarias y de democracia directa, tras la crisis financiera que llevó a la quiebra bancaria en aquel país; el fenómeno Beppe Grillo y el Movimiento Cinco Estrellas que tras unos meses de agitación en las plazas y en Internet se presentó por primera vez a unas elecciones obteniendo un resultado impresionante; la victoria de Tsipras y Syriza en la alcaldía de Atenas que viene a confirmar el ascenso de esta formación de izquierda tras el desastre del Pasok y la crisis financiera griega; los resultados de Podemos en España que a los tres meses de su constitución como plataforma electoral obtiene 1.200.000 votos. Y seguro que hay otros ejemplos en otros países del continente.

Es evidente que esas experiencias electorales responden a realidades diversas, suponen en muchos casos formulaciones programáticas distintas, e ideologías de distintos campos. Sin embargo, salvando el caso de Syriza, que me parece el más acorde con una formulación clásica de partido de izquierda renovada —es decir que, saliendo de la matriz de la izquierda marxista ha sido capaz de reencontrarse con un nuevo y joven sector social postindustrial— en todos ellos late una manera de organizarse y de entender las relaciones políticas y electorales que nos obligan a pensar en una crisis de los tradicionales  relatos políticos y partidarios. Se trata de la crisis de la democracia de partidos y el auge de la llamada democracia de la audiencia. Frente al modelo de democracia representativa constituida por el engranaje de partidos representantes de intereses diversos se alza un nuevo ideario conformado por una sociedad de espectadores y usuarios de internet que deciden, sin ninguna distinción o diferencia, desde el teclado de su ordenador o desde la pantalla del televisor de su casa, cómo se debe gobernar el país.

El fenómeno de Podemos y de las últimas elecciones del 25 de mayo es muy indicativo de lo que está pasando. Ha trastocado bastantes posicionamientos de la izquierda, la ha descolocado, y a la vez empieza a levantar un discurso transversal, diría incluso que nacional o patriótico que no desmerece al de otras formaciones nacionalistas del pasado y del presente. Frente al discurso de intereses de clase, o intereses sociales determinados, el núcleo de Podemos construye un imaginario horizontal donde “el pueblo” se enfrenta a “la casta”, donde “la patria” debe desprenderse de los que “usurpan” el poder, donde “la nación” tiene que afirmarse frente a una “clase política” desprestigiada. Sin ánimo de ofender a muchos votantes de esa formación y a los que conozco: algo muy parecido se oye por tierras itálicas en la boca de Grillo.

Formas de funcionar nuevas, basadas en las tecnologías de la comunicación. Lo practica de forma continua y permanente Grillo y su cerebro mediático Cassaleggio; lo desarrollan con mucho éxito Iglesias, Errejón y Monedero, derrotando de manera fulminante a los seguidores del partido Anticapitalista (la otra cara de Podemos y hasta ahora su estructura vertebral) a través de una elección de candidaturas cerradas en las que participan 50.000 personas cuyo único vínculo con Podemos sólo ellos lo saben. Como si fuese Facebook, Me gusta/Ya no me gusta. Ya en las candidaturas electorales que se presentaron al 25M ninguno de los candidatos se conocía entre sí, habían sido elegidos por voto en Internet a través de un servidor y un programa elaborado por un gurú de la red.

A fin de aportar alguna luz a este endiablado discurrir que está trastocando los tradicionales encajes de nuestros partidos clásicos resumo algunas de las argumentaciones que Nadia Urbinati nos plantea en el capítulo arriba mencionado.

Idea que se viene imponiendo de manera continua en diversos lugares y por bastante gente: la democracia, que es una democracia corrupta, secuestrada, se puede corregir a través de instrumentos que debilitan el partidismo —a través, por ejemplo, de la convocatoria a una opinión general imparcial— y con él el papel de la autonomía política, o sea de la soberanía del ciudadano. Frente a la democracia de representación se alza el ideal de la democracia imparcial que convoca al “ciudadano en abstracto”.

Ante esto, Urbinati desarrolla una serie de reflexiones.

  1. Un asunto central: en la democracia contemporánea los partidos políticos, actores esenciales del sistema representativo desde su aparición en la Inglaterra del siglo XVIII, han cambiado su función pero no están acabados ni su papel ha terminado, como frecuentemente se sostiene. A esta transformación o mutación histórica le corresponde una transformación de la democracia representativa en plebiscitaria. La diferencia es que este modelo plebiscitario contemporáneo no está hecho de masas movilizadas por líderes carismáticos —como preveía y analizó Max Weber o teorizó Carl Schmitt— sino de audiencias sin responsabilidad, aglomerados indistintos de individuos que componen el público, un actor no colectivo, que vive en la privacidad de lo doméstico y es sujeto de sondeos de opinión, actuando como receptor y espectador de un espectáculo puesto en escena por técnicos de la comunicación mediática y representado por personajes políticos.

De ahí se deduce que la personalización del poder y de la política es un síntoma y una señal tanto de las transformaciones de los partidos como de la formación de la democracia de la audiencia.

  1. La democracia representativa no puede funcionar sin partidos, aunque estos cambien de forma o de vocación. La democracia es percibida como crisis no porque los partidos hayan desaparecido sino porque han sufrido un formidable adelgazamiento democrático que se corresponde con una obesidad de poder material efectivo en las instituciones del estado y, especialmente, en la cadena de funciones que se hilvana desde el ejecutivo, ese poder que se va imponiendo al del parlamento.

El declive de los partidos es declive de un modo de ser democrático del partido político: declive que se manifiesta con la reducción hasta casi desaparición de su estructura periférica o territorial, típica señal de su mutación de funciones, ya que la organización antes se destinaba a un partido que debía buscar una relación muy estrecha y continua con los ciudadanos, no solo en el momento electoral, para hacerles participar a través de relatos ideológicos que creaban identidad de pertenencia o inspiración de ideas y se servían para ello de instrumentos interpretativos y críticos. Ese partido sólido, como estructura articulada desde la base al vértice, y del vértice hacia abajo, regulaba la designación colectiva y por consenso de los líderes locales y nacionales y constituía un actor colectivo público. La erosión de este modelo de partido no ha significado el fin del partido sino el fin de un partido que buscaba dotar de nervio a la sociedad porque aspiraba a construir consenso y obtener una afirmación no solo numérica sino también de proyecto. Era un partido considerado bisagra entre el estado y la sociedad, “cuerpo intermedio” de la democracia representativa que desarrollaba varias funciones de limitación del poder: selección  de los candidatos a cargos públicos, control de los elegidos, estímulo y orientación de la opinión; en definitiva, era una escuela de formación del personal político al servicio del estado. Desde la postguerra europea de 1945 el desarrollo de la democracia representativa de Europa ha estado ligado al modelo de partido que reclutaba al personal político entre los ciudadanos y las ciudadanas.

  1. Del partido identidad al partido esponja. El declive de esa forma de partido sólido ha estado aparejada con el crecimiento del partido electoral, dirigido exclusivamente a la reproducción de sí mismo como organismo interno a las instituciones, es decir, destinado a la reproducción de la clase política. Los partidos de la democracia “de” partidos están muy incardinados en las instancias institucionales, en la estructura del estado, y desde ahí vetan el acceso a otros, monopolizan de facto el poder en sus propias manos. Estos partidos se convierten en la forma de hacer carrera, cada vez más privilegiada porque cada vez es menos democrática, dentro de los pasillos del poder institucional a todos sus niveles. Se comienza en un ayuntamiento para posteriormente aspirar a una autonomía o a alcanzar la cúspide del poder del estado. Con estos nuevos partidos líquidos o ligeros, livianos, la función de captar los intereses y opiniones, la llamada función de representatividad, se realiza ya no a través de las ideas o de los relatos ideológicos sino a través de sondeos de opinión, de encuestas. Más que para representar los intereses sociales, las encuestas sirven para mantener al partido en el poder, al calor de los humores sociales, de las corrientes de opinión mayoritarias. Por eso asistimos al declive del partido-organización sustituido por el partido-esponja. Este deslizamiento de organización a liquidez y profesionalización a través de los sondeos, de educador político a seguidor e instigador de los humores populares, hace que la democracia “de partidos” sea una democracia dirigida hacia nuevas formas plebiscitarias.
  2. La “democracia de la audiencia”, o lo que Urbinati denomina “forma plebiscitaria de la audiencia”, es el resultado no del fin de la democracia de partidos sino de su afirmación como cuerpo oligárquico que de intermediario se ha hecho ocupante directo y para su propio interés de la representación política.

El declive de la democracia del partido político y el auge de la democracia del público exige una confianza en el líder y la aceptación de un creciente  ansia de poder discrecional por parte del ejecutivo se encuentra a su vez con un cambio en la organización de la democracia electoral, que es gestionada ahora no ya por partidos de líder y de militantes sino por partidos de expertos de la comunicación y de candidatos a hacer carrera política: estamos ante una “democracia de la audiencia y un gobierno de los expertos en medios de comunicación”.

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Y concluyo, de momento: vivimos un momento histórico de profunda transformación de las formas políticas de la democracia. El gran asunto que nos están planteando estas nuevas respuestas electorales que estamos viendo en Italia, en España, en Islandia y en otros sitios que sin duda se producirán, es si es posible reformar la democracia representativa persiguiendo mayores dosis de fidelidad, transparencia y representatividad social o si, por el contrario, se impondrán transitoriamente y de forma potente nuevas experiencias de una denominada democracia directa o asamblearia, a través de Internet, donde las tradicionales mediaciones sobrarán y, por ello, los partidos se difuminarán. ¿Quiénes les sustituirán?