Pecados sindicales

Elecciones sindicales. Foto por Sindicato de Periodistas de Madrid (SPM)
Elecciones sindicales. Foto por Sindicato de Periodistas de Madrid (SPM)

Por Javier ARISTU

Tras el asunto de la detención y posterior inculpación por la jueza Alaya de varios sindicalistas de UGT y CC.OO en relación con la gestión de determinados EREs se ha levantado una buena polvareda. Ha llamado la atención por encima de todas las cosas la concentración de unos centenares de sindicalistas a las puertas del juzgado de Sevilla y los gritos que estos de forma intermitente dieron. Al día siguiente la prensa atizó lo suyo a los sindicatos, deformando  en bastantes párrafos de sus informaciones el significado de aquella concentración; muchos comentaristas profesionales de prensa (de los volontairs y aficionados no hablo) vieron en ese gesto el acoso a la independencia del poder judicial —nada menos— y lo que había sido una concentración en apoyo de unos detenidos pasó a ser, según estos afamados defensores de la libertad de prensa, un ataque al estado de derecho.

Uno está acostumbrado ya a leer, escuchar y ver en ciertos medios cómo las acciones protagonizadas por los sindicatos, o por representantes de los mismos, son percibidas como acciones de otro planeta o directamente inspiradas por el demonio. Una huelga no es una acción clásica y democrática en defensa de unas reivindicaciones sino que los marhuenda press la ven como un atentado directo a la convivencia democrática; una acción sindical en la calle los pedrojota press lo transmiten como actos cuasi terroristas; una huelga de la enseñanza es vista desde los abc press como un atentado a la libertad de enseñanza, la suya. Y un ERE lo han convertido estos medios de intoxicación en sinónimo de latrocinio. Es tarea vana intentar informar, explicar, advertir, recomendar o enseñar a estos conspicuos representantes de la moderna manipulación de masas lo que es un ERE, cómo funciona, cuáles son sus mecanismos legales y que, al final de todo, están diseñados para salvar en la medida de lo posible el mayor empleo en aquella empresa. Por eso no leeremos en esa prensa que en los últimos diez años se elevan a más de 30.000 los EREs pactados en toda España entre empresas y sindicatos afectando a cerca de medio millón de trabajadores; para estos portavoces sólo existen los ERE de Andalucía. Es completamente estúpido pretender que publiquen que el recurso al ERE viene produciéndose legalmente a iniciativa de las empresas en crisis y que los sindicatos de la misma están obligados a intervenir para, especialmente y sobre todo, defender el mayor empleo posible y defender las mejores condiciones para el trabajador despedido. Estos medios están a lo que están: la voz de su amo.

¿Fue un golpe contra el poder judicial aquella concentración de sindicalistas ante el juzgado? Alguien así lo ha planteado y, en ese caso, tendría que plantearse cómo definir la concentración que la AVT acaba de anunciar en Madrid para protestar contra la decisión del Tribunal de Estrasburgo que anula la doctrina Parot.

¿Fue un error aquella concentración? Posiblemente. Al margen de las razones que podían tener los concentrados —y creo que eran razones sólidas y fundamentadas— en relación a cómo por parte de los servicios de seguridad del estado y el propio juzgado se estaba tratando a ciudadanos con muchos años de defensa de los valores democráticos, e inocentes en primera instancia, el acto pudo transmitir lo que no querían los concentrados: presión ilegítima en contra del poder judicial del estado. No voy a repetir lo que dijeron las direcciones sindicales y lo que hemos leído en comentarios de personas que me merecen la máxima confianza como sindicalistas así como las de otros defensores del mundo del trabajo que han puesto en duda el valor de aquella acción. Ahora los sindicatos deben valorar con juicio y distanciamiento crítico aquel acto y centrarse, creo, en aclarar con transparencia y pedagogía social las inculpaciones a las que se han visto sometidos. Que siga el proceso judicial adelante y que los sindicatos estén dispuestos a aclarar y a reconocer los posibles errores del pasado como así ha analizado el informe de la comisión de investigación interna de CC.OO. De esta actitud y determinación depende mucho que los sindicatos recuperen el prestigio malogrado ante sectores de la población.

Me interesa ahora subrayar cómo este acontecimiento ha sido visto y comentado por personas que se sitúan en la órbita de la izquierda y que en el pasado fueron dirigentes en Andalucía, en algún caso su máximo representante. No merece la pena polemizar directamente con ellos porque da la impresión de que está uno debatiendo con los mismos voceros de la derecha. Si uno rastrea durante estos días por las redes sociales se encuentra con afirmaciones que posiblemente los marhuenda press habrían colocado  en sus primeras planas en otros acontecimientos. Cito al tresbolillo algunos términos que he leído: la concentración aquella de sindicalistas fue la expresión del “pandillismo, del gremialismo, de la famiglia” (que para el que haya visto El Padrino o los Soprano sabe que con ese término se mienta a la mafia, luego el sindicato es una mafia); se nos habla de una casta sindical (¡ya llegamos, Grillo!), de representantes burocráticos de la clase obrera (¡vamos, como en la URSS!), vendidos a los EREs (¿¡), corruptos, vividores, y otros adjetivos de ese tenor. Es decir, nos vomitan que aquellos representantes sindicales forman parte de un tinglado institucional asimilado con “el sistema” (¡bendita palabra que sirve para todo cuando no hay razones!) y que nada que ver tiene con los intereses de los trabajadores;  al parecer estas figuras de la izquierda política sí los representaban.

Algunas cifras: la afiliación sindical en España es de 2.824.000 trabajadores, equivalente al 18,9 del total de la población asalariada (datos de la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, ECVT, de febrero de 2011). Ninguna fuerza política alcanza en España esos guarismos. Los representantes sindicales elegidos en votaciones sindicales cada cuatro años alcanzan la cifra de 300.000 (dos tercios son delegados de UGT y CC.OO) y representan a unas 100.000 empresas y 7 millones de trabajadores (el voto global de la izquierda en las pasadas elecciones generales fue de 9 millones). Esto supone aproximadamente que el 70% de la fuerza de trabajo del país participa en la elección de sus representantes sindicales; y esto no una vez sino que se viene repitiendo desde hace ya más de treinta años. Los convenios que se han venido firmando hasta la reciente reforma laboral del PP, es decir, la negociación colectiva gestionada por los sindicatos ha alcanzado al 90% del tejido empresarial español, superior a la media europea.

En resumen: hablar hoy día de falta de representatividad de los sindicatos es una memez o una provocación o una muestra de ignorancia.

Creo que algunos de los motivos de aquella visión tan negativa hacia los sindicatos por parte  de un  sector de la izquierda política con representación institucional se deben a que dicho componente político nunca ha entendido la cuestión de la centralidad del trabajo en la moderna sociedad industrial y de servicios. Lo fue central antes, en el siglo XIX, y lo sigue siendo ahora, en pleno siglo XXI. Una cosa es que el modo de trabajo haya cambiado por razones tecnológicas y culturales y otra que el trabajo, y por tanto los trabajadores, hayan dejado de existir.  Es evidente que la desindustrialización masiva que desde hace más de veinte años se ha venido produciendo ha afectado al papel y al sentido del sindicato en la empresa; nadie puede poner en duda que esta institución está pasando por un proceso de reconversión de sus principios fundacionales y de adaptación a un nuevo tipo de sociedad. Pero una cosa es adaptación y otra extinción, al parecer lo que pretenden algunos.

Desde la transición política de 1977 el mundo del trabajo ha estado subordinado a las dinámicas políticas y éstas han estado en gran parte de los casos sometidas a su vez a las dinámicas económicas, especialmente financieras. Cuando aquel mundo del trabajo se ha visto agredido, acosado, marginado, ha recurrido como en otros momentos de su historia a la huelga, a la manifestación, a la protesta para hacer valer sus reivindicaciones. Cuando ese acoso no existió ha sido capaz de negociar y acordar un proyecto de coexistencia dentro de la empresa y en el conjunto de la sociedad española. Una veces ha tenido éxito y otras ha fracasado pero siempre ha tenido claro que para el éxito de la presión o de la negociación la organización, la solidaridad y la unidad eran sus señas de identidad y su salvavidas.

El PSOE nunca comprendió este asunto. O pretendió, siguiendo la experiencia de los años treinta del siglo pasado, instrumentalizar a la UGT o se enfrentó radicalmente con ella cuando ésta se distanció de la dirección del partido. Hoy se ha conseguido un estatus de independencia y soberanía mutua que les viene bien a ambos. El PCE, a pesar de que la mayoría de los cuadros dirigentes del sindicato eran de este partido, no pudo “someter” a las CC.OO como correa de transmisión de su política. Camacho combatió por mantener al sindicato en su propia vía; si no,  es difícil de entender que en 1982 el PCE tuviera sólo 4 diputados mientras que CC.OO fuera ya un sindicato de masas votado en las elecciones sindicales.  Y en Izquierda Unida, casi desde su fundación y claramente desde la presidencia de Anguita, el conflicto y la contradicción con CCOO siempre estuvo a la orden del día. Y lo fue no por razones de poderes institucionales enfrentados sino por la incomprensión desde el partido político de lo que era y cómo funcionaba el mundo del trabajo.

Mi opinión es así de clara y la repito: la izquierda política española, surgida del franquismo a la democracia, salvo casos evidentes y loables, no ha situado la cuestión del trabajo como eje central de su proyecto de cambio social. No se trata de ser obreristas al viejo estilo ni de recuperar las viejas identidades de los partidos obreros de principio de siglo sino de comprender el marco actual de las relaciones sociales y asumir que el trabajo sigue siendo la base de la sociedad humana. Ha cambiado el modo de trabajar pero no ha cambiado la antropología del trabajo, o del no-trabajo en estos momentos. No se puede solo construir un partido de “ciudadanos” integrados bajo ese común denominador; es imprescindible también desvelar a la propia sociedad el misterio de que la gran mayoría de esa misma sociedad de ciudadanos está marcada por el hecho de que sólo disponen de su fuerza de trabajo, de su capacidad de crear a partir de su inteligencia o su capacidad física. Y que enfrente tiene un adversario más reducido pero muy potente que no necesita trabajar porque tiene algo muy poderoso, el capital.

Además, la actual fase de desarrollo del capitalismo plantea una de las cuestiones decisivas para el hoy y el mañana: ante la transferencia de la capacidad de producción del hombre a la máquina ¿cómo podremos vivir sin producir directamente nosotros mismos? ¿Cómo es posible organizar una sociedad donde el trabajo se está deteriorando de la forma como la estamos viendo? El sindicato sigue siendo importante y nuclear para que este debate se haga con el menor costo social, con la mirada puesta en el interés de la mayoría de los trabajadores y para frenar el ánimo depredador del actual capitalismo.

Una parte, y no la menos importante, de la explicación de por qué la izquierda europea no termina de recuperar influencia y poder creo que está en este asunto. Los partidos, bien socialdemócratas bien ex comunistas, no han sido capaces de articular un nuevo discurso sobre el trabajo, sobre el papel de los trabajadores del siglo XXI en la nueva sociedad. Ya no vale el discurso fordista clásico pero no han elaborado uno nuevo. Y de ese reto depende que en el futuro podamos comenzar a ver signos de recuperación para esa izquierda.

Estoy seguro de que el sindicalista de este país y en general de todo el mundo tiene poco que ver con el jefe de cuadrilla del puerto de Baltimore en la serie The wire, ni es tampoco el portuario corrupto de La ley del silencio (Elia Kazan) ni un pobre diablo pagado por Tony Soprano. Es un personaje normal, anónimo la mayor parte de las veces, que desarrolla un trabajo decente, sacrificado muchas veces, que otras se equivoca o actúa de manera deshonesta, y por lo que tiene que ser sancionado, y que su importancia radica en que forma parte de un colectivo de millones de personas necesarias si queremos que esta sociedad recupere algo de dignidad y de respeto por sí misma.

Es necesario salir al paso de la campaña antisindical. Que haberla hayla. Y quien no se entere o  es un ignorante o un interesado. Una campaña que recurre a cualquier cosa que desprestigie, a los datos falseados y manipulados, a la calumnia y la mentira… y también a convertir en paradigma los propios errores sindicales cuando estos se producen. Lo malo es que algunos el error lo convierten en pecado mortal.