Alberto Garzón, la izquierda y “La Tercera República” [y 3]

Foto Flickr por Chris Devers

Por Javier ARISTU

(Dedicado a mi amigos Eduardo, José Luis, y los dos Paco, a los que al parecer les gustan estas reflexiones).

Continuamos y acabamos con esta tercera entrega el comentario al libro de Alberto Garzón “La Tercera República” con el ánimo de dialogar y debatir amistosamente las ideas que el diputado de IU ha volcado en su propuesta. Advierto que la cosa va de citas.

El trabajo

Creo que la cuestión del trabajo, así como la concepción del modelo democrático de convivencia, son dos grandes asuntos en los que entro en claro  contraste con Garzón. Sobre el segundo, el modelo democrático, ya he dado mi opinión en la primera entrega de estas notas; sobre el primero quiero tratar ahora al ser, precisamente, un asunto que el líder de IU no considera importante como para tratarlo con extensión. Y esto no es culpa personal de Garzón, ya que no hace sino seguir la estela y el alcance analítico de gran parte, por no decir toda, de la izquierda española, desde la más “socialdemócrata” a la más “radical”. Y así nos va.

Vaya por delante que no estoy de ninguna manera pensando en un modelo donde los partidos de izquierda deban ser “partidos de raíces obreras”, a la vieja usanza de nuestros clásicos sujetos políticos del siglo XX. Pero de ahí a concebir un modelo político de emancipación sin plantearse la trascendental cuestión de la condición del trabajo en estos albores del siglo XXI es hacer un pan como unas hostias. Y es curiosa esta ausencia, porque Garzón dedica muchas páginas al análisis de la democracia griega a partir de las relaciones establecidas entre “los que debían trabajar” y los que “no tenían que trabajar”, e igualmente a la hora de analizar las experiencias del republicanismo y socialismo del siglo XIX también hace algunas calas sobre Las relaciones de clase subyacentes a los problemas políticos, entre los que sólo tenían “su fuerza de trabajo” y los capitalistas. Lo que uno no termina de entender es cómo ahora, en un momento de transformación radical y sustantiva de las relaciones, condiciones y papel del trabajo en la sociedad que se está gestando, la izquierda española no tiene nada que decir ante este decisivo asunto. Y repito, no tiene nada que decir. Esto expresa, desde mi modesta opinión, una de las mayores carencias que está mostrando nuestra izquierda —la vieja y también la nueva— y de ese vacío no puede salir un proyecto que se contraponga con visos de éxito al neoliberalismo. Porque, permítaseme el ejemplo y el riesgo de ser incomprendido: no se puede construir un modelo político alternativo a la derecha conservadora partiendo del movimiento de desahucios de casas, o de cualquier otra plataforma social reivindicativa, si al mismo tiempo nos olvidamos de que el factor trabajo sigue siendo hoy la cuestión decisiva de la confrontación social; en España y en el mundo entero.

¿A qué me refiero con lo anterior? ¿A que es necesario recuperar las esencias de un partido obrerista, clasista? ¿A qué sigue funcionando eso del proletariado industrial como clase dirigente? Parece evidente que eso fue, entre otras cosas, lo que llevó a la derrota de la izquierda en décadas anteriores. Decía Bruno Trentin que “si la izquierda consigue tomar plenamente conciencia de su profunda subalternidad cultural al taylorismo y al fordismo podrá “procesar” su pena”. Es necesario poner en cuestión bastantes fundamentos teóricos y prácticos que desarrollaron las diversas izquierdas occidentales a lo largo del siglo XX, especialmente los tayloristas-fordistas que, lo recuerdo, no fue solo un paradigma industrial del capitalismo sino que impregnó a todo el modelo de construcción del llamado socialismo real, es decir, soviético.  No, me refiero a otro debate que me parece sigue siendo el central en estos años y que el gran sindicalista y teórico italiano Bruno Trentin lo dejó bien situado en su libro “La ciudad del trabajo” [curiosamente, título decisivo que salió en Italia en 1997 pero que sin embargo no ha sido traducido y publicado hasta el año 2012 en España por la Fundación 1 de Mayo, gracias al tesón de José Luis López Bulla]: “Con la idea de encontrar –en el interés común de la realización efectiva de los grandes derechos universales (privilegiando a los excluidos y más desventajados, incidiendo en las pequeñas y grandes áreas de privilegio— las razones de un nuevo pacto de solidaridad entre los ciudadanos. Pero, en primer lugar, de los ciudadanos que viven de su propio trabajo o que aspiran a encontrar una ocupación cualificada. Un nuevo compromiso social entre las fuerzas que concurren a crear la riqueza de de un país mediante mercancías, servicios, cultura, conocimientos debe ser la pista de aterrizaje, no la premisa de este pacto de solidaridad entre los diversos sujetos del mundo del trabajo, para conquistar una efectiva igualdad de oportunidades en el ejercicio de los derechos individuales y colectivos de validez universal” [pág. 143].

Ojo a lo que dice: pista de aterrizaje, no premisa. Se trata por tanto de formular un nuevo compromiso o contrato social que resitúe el problema de la igualdad de todos los ciudadanos a partir no solo de sus derechos ciudadanos sino imbricando estos con las condiciones de trabajo, o de no-trabajo, en las que desarrollan sus vidas. Trabajadores fijos, a tiempo parcial, con contratos eventuales, precarios, estacionales, parados, mujeres, jóvenes, técnicos, manuales, de la cultura, de la producción manufacturera: este es el terreno, difícil y complejo, en el que se desarrolla el conflicto de clases del siglo XXI. Creo que éste es el gran objetivo de una izquierda transformadora en este comienzo de siglo: reunificar la ciudadanía con el trabajo y éste con la anterior, aquello por lo que se combatió en el siglo XIX y parte del XX y que fue parcelado, separado por la cultura del capital triunfante. Y esto supone, ya lo he dicho, superar cualquier vestigio de “obrerismo” pero a la vez comprender que no es posible construir una alternativa al modelo social neoliberal sin asumir el conflicto radical actual entre trabajo y capital, donde la solidaridad en el campo del primer término se desvela como imprescindible. No deja de sorprender que Garzón señale como herederos del pensamiento ilustrado a los nuevos sujetos sociales de la transformación (los detalla: movimiento feminista, movimiento pacifista, movimiento de gays y lesbianas, movimiento indigenista y el movimiento antiglobalización) y los asimile como complementarios o paralelos al del movimiento obrero. Más adelante configura la situación como un nudo de contradicciones: a la clásica entre capital y trabajo se le suma una nueva entre capitalistas y conjunto de la población y una tercera, entre capitalistas y planeta tierra.

¿La alternativa es por tanto una plataforma de intereses entre estos diversos movimientos? ¿Cuál es la síntesis social y política que puede catalizar toda esa energía social? Esta gran y determinante asunto queda en al aire… ya se verá. Porque como dice en otro pasaje, lo importante no es el programa político que se presente al conjunto de la ciudadanía sino el enfoque con el que se aborden las cuestiones. ¿Y eso qué quiere decir?

Nos dice Alain Supiot que “solidaridad en su sentido más amplio designa eso que solidifica a un grupo humano, sin prejuzgar la naturaleza y la composición de la cola que mantiene juntos a los miembros de ese grupo. Tiene así una generalidad y una neutralidad que no poseen ni la noción de caridad (y menos aún su avatar contemporáneo: el cuidado, care), ni  la de fraternidad (que reclama un ancestro mítico)” [Discurso de ingreso en Collège de France].

Un nuevo pacto de solidaridades, de eso tenemos que hablar. Cito de nuevo a Bruno Trentin porque me parece que plantea con mejores maneras y mayor capacidad lo que pretendo decir: “Se trata de promover la actividad de investigación, la socialización de las innovaciones, las sinergias en los proyectos a nivel europeo, la actividad de formación permanente y, sobre todo, las transformaciones de la organización del trabajo que valoricen –incluso a través de la negociación colectiva–  el papel y la autonomía de la persona que trabaja, favoreciendo su participación ante todo en la programación de su propio trabajo, animándolo a la finalización de políticas salariales y de nuevos regímenes de horarios de trabajo. 

De esta manera se pueden construir las premisas de una auténtica reforma institucional de la sociedad civil  que, partiendo de una nueva legislación de derechos civiles y sociales con la acción positiva que la haga posible, defina las reglas que deben garantizar sus funciones, la representatividad y la vida democrática interna de las asociaciones (desde el sindicato al voluntariado) y los códigos de comportamiento de las empresas  que operan en el mercado social. Solamente el comienzo de dicha reforma institucional de la sociedad civil del próximo siglo XXI podrá nutrir las ideas-fuerza para que la reforma sea duradera.” [pág. 145].

Reformas, palabra tabú. Y sin embargo, fundamental para definir la productividad o no de una empresa política, de una formación que pretende cambiar y transformar el estado de cosas.

¿Proceso constituyente o proceso de reformas?

O la izquierda va por el amplio, profundo y consistente camino de las reformas o se quedará cantando en un balcón mientras la procesión pasa por debajo. Esto es otro de los aspectos que me hacen distanciarme de las propuestas de Alberto Garzón.

Lo que nos plantea el diputado es ni más ni menos que un nuevo proceso rupturista (ya que el anterior de 1975-1978 al parecer fue una simple adaptación del régimen franquista a un modelo autoritario  disfrazado de democracia) que ante el actual “proceso desdemocratizador”, apellidado también “restauración borbónica”, (¿?)  instaure un nuevo régimen republicano donde se unifiquen la “democracia procedimental y la democracia sustantiva” apareciendo las nuevas formas de democracia directa (referéndum, revocaciones, mandatos imperativos, etc.) como nucleares de esa nueva sociedad. Se trata —nos dice el autor— de “dar un vuelco a lo que se entiende hoy por democracia”. A estas alturas no nos vamos a asustar de las palabras: demos el vuelco a esta democracia, de acuerdo, ¿hacia dónde? Aquí el diputado lo que nos plantea es una serie de declaraciones retóricas —que me perdone si le parece agresivo el término— donde no aparece ningún contenido sustantivo capaz de poder ser discutido, debatido, contrastado. Es decir, no existe un programa político que pueda convertirse en objeto de debate por parte de todos.

Ante esta actitud de dar el vuelco a esta democracia (un viejo compañero de debates me decía hace pocas semanas que no se podía “tirar al niño con el agua sucia” y que eso es lo que le parecía que estaba ocurriendo ahora en España) me parece mucho más productivo y rentable para los intereses de la gente plantear una batería de reformas en profundidad que dieran como resultado un sistema social, político e institucional mucho más justo y democrático que lo que tenemos ahora. Planteo, por tanto, no “dar el vuelco” sino “profundizar y expandir” esta democracia (que lo es) con vistas a alcanzar mayores cotas de igualdad y libertad.

Coincidiremos, en una gran parte, en el diagnóstico de lo que está sucediendo; no seguramente en sus causas. Hoy el sistema político español padece problemas muy serios de cohesión, coherencia y de representatividad. Para no hacer más largo este artículo me remito a las Conclusiones del recién publicado Informe sobre la Democracia en España 2014, de la Fundación Alternativas; creo que el resultado de sus análisis y tomas de temperatura del estado social nos permiten afirmar que se podría construir un programa de reformas capaz de aglutinar a una mayoría de este país a favor de un cambio sustantivo de modelo de democracia.

Y en esa profundización y expansión democráticas deben entrar sin duda las reformas constitucionales que sean necesarias: sistema territorial hacia un modelo federal, sistema judicial, función y papel de los partidos en la democracia, revalorización de los agentes sociales (sindicatos y otros); repensamiento y renovación del estado del bienestar que tienda a repartir de forma más justa las cargas y beneficios. Igualmente, reforma de la ley electoral, del poder municipal, y un referéndum sobre la Jefatura del estado, ¿por qué no? Y me quedan en el tintero bastantes más, seguramente.

La sociedad española está sufriendo un shock traumático desde hace varios años a consecuencia de las políticas europeas y las que desarrolla la derecha del PP. Una primera y contundente respuesta la ha dado el pasado 25 de mayo; nadie puede obviar que tras los resultados de todos los partidos —los que perdieron muchos votos y los que ganaron representación— y a pesar de la fuerte abstención, hay un fuerte deseo de cambiar, de dejar atrás una forma de entender los asuntos del estado y de la política que reproducen la corrupción, el autoritarismo, la inexistencia de un verdadero diálogo cívico (social y político). Hay una fuerte tentación en la derecha española a hacer las cosas “como siempre las hemos hecho, con mando en plaza”… pero también puede haber una más fuerte tentación en las izquierdas españolas a, o bien seguir como antes, pensando que los votos vendrán cuando cambiemos de líder, o bien creyendo que dando un salto en el vacío encontrarán la tierra prometida.

Alberto Garzón se ha basado, al menos así las cita, en algunas obras de Luciano Canfora sobre la democracia ateniense. Canfora es autor que me inspira muy buenas sensaciones. No sé si conocerá su libro La democrazia di Pericle, ed. Laterza (creo que no hay versión en español). El estudio de la vida de Pericles termina con esta cita a su vez tomada del libro de Robert Michels, autor clásico que también ha analizado y citado el diputado de IU. La cita me parece muy actual (traducción del que firma esta entrada):

“Las corrientes democráticas en la historia son como el latido continuo de las olas, se rompen contra un escollo, pero vienen incansablemente sustituidas por otras. El espectáculo que ofrecen es entusiasta y entristecedor al mismo tiempo. Apenas la democracia ha llegado a una cierta etapa en su evolución es sometida a una especia de proceso de degeneración. Asume el espíritu y las formas aristocráticas de vida contra las que había combatido en otro tiempo. Despues surgen de su interior voces que la acusan de oligarquía, pero tras un periodo de luchas gloriosas y de menos gloriosa participación en el poder, aquellos mismos que la habían acusado escalan a su vez a la clase dominante para permitir a los nuevos defensores de la libertad alzarse en nombre de la democracia. Este juego cruel entre el incurable idealismo de los jóvenes y la incurable sed de dominio de los viejos, no tendrá nunca fin. Siempre nuevas olas romperán contra el mismo escollo”.

Vir sapiens, pauca loquitur.